EL HOLLYWOOD QUE NO CONOCES

sábado, 4 de abril de 2015

CINE DE TERROR Y CIENCIA FICCION VII

El cine fue descrito por los surrealistas como un hechizo pagano que devolvía a la vida a los muertos, así que todas las películas podrían ser, en cierto sentido, películas de fantasmas. Era, por tanto, el medio ideal para trasladar los placeres perversos de la literatura gótica, una forma de arte muy mal vista durante la época victoriana que sólo empezó a ser aceptada cuando la letra se transformó en luz y sombra (sobre todo sombra). Muy pronto, nuestros tatarabuelos descubrieron que la sala oscura estaba ahí para pasar miedo.
1890s/1900s: 
Georges Méliès inventó la mayoría de lo que hoy conocemos como géneros cinematográficos (incluso el porno, por si te lo estabas preguntando), así que a él le debemos la primera película de terror: ‘Le manoir du Diable’ (1896), una fantasmagoría de tres minutos que parece, más bien, un breve retablo humorístico a costa del gótico. Japón se lo tomó más en serio con ‘Shinin no sosei’ (1898), una pesadilla sobre un cuerpo resucitado que, por desgracia, hoy en día se considera perdida. Y, salvo la‘Esmeralda’ (1905) de Alice Guy, primera adaptación de ‘El jorobado de Nuestra Señora de París’, no tenemos más datos sobre monstruos en celuloide hasta 1910.
1910s: 
En 1910, el denominado ‘Frankenstein de Edison’ supone la carta de presentación de la espantosa progenie de Mary W. Shelley en el medio cinematográfico. El inventor no tuvo nada que ver en su proceso de creación, sino que sólo era el propietario de los (rudimentarios) estudios donde se produjo. Otro titán de las letras como Edgar Allan Poe fue traducido a imágenes silentes por el mismísimo D.W. Griffith en ‘La conciencia vengadora’ (1914), remix de ‘El corazón delator’ y ‘Annabel Lee’. Cuidado, porque puede que el ‘William Wilson’ de Poe fuera también una de las fuentes de inspiración de ‘El estudiante de Praga’ (1913), fábula moral de aliento fáustico que tendría remake en 1926.

1920s: 
Lon Chaney se convierte sinónimo de terror cinematográfico gracias a sus vanguardistas maquillajes y, bueno, su talento inconmensurable. Los tres iconos tenebrosos de su filmografía son ‘El jorobado de Notre Dame’ (1923), ‘El fantasma de la Ópera’ (1925) y‘London After Midnight’ (1927), quizá la película perdida más mítica e influyente de todos los tiempos. En lo que respecta al frente europeo, sombras expresionistas se cernían sobre Alemania: ‘El gabinete del Dr. Caligari’ (1920) le tomó el pulso a una sociedad que se estaba sumiendo, cual sonámbula, en una alucinación colectiva; mientras que el‘Nosferatu’ (1922) de Murnau se manifestó casi como un tratado de las posibilidades ocultistas del cinematógrafo.
1930s:
La Gran Depresión fue un sueño de la razón (capitalista) que produjo monstruos: ‘Drácula’‘El doctor Frankenstein’, ambas de 1931, se configuraron como la gran catarsis gótica que Estados Unidos necesitaba en tiempos difíciles. Además, crearon toda una caligrafía del horror de la que el género sigue dependiendo hoy en día. El estudio que los vio nacer, Universal, dominó el resto de la década sin demasiadas complicaciones: ‘La momia’‘El caserón de las sombras’ (ambas de 1932), ‘El hombre invisible’ (1933) y ‘La novia de Frankenstein’ (1935) son algunas joyas de su cegadora corona. Otros estudios intentaron plantarle cara, pero sólo ‘Los crímenes del museo de cera’ (1933) y ‘El hombre y el monstruo’ (1931), innovadora adaptación del mito de Jekyll y Hyde, se acercaron.
1940s: 
Es la década de Val Lewton, superproductor de la RKO que es considerado el gran catedrático de la Universidad de la Sugestión. Sus colaboraciones con Jacques Tourneur, especialmente ‘La mujer pantera’ (1940), demuestran que el bajo presupuesto puede ser sinónimo de alta distinción. Mientras tanto, la Universal comenzó la década añadiendo un nuevo nombre a su olimpo: ‘El hombre lobo’ (1941), que sólo dos años después conocería al monstruo de Frankenstein en ‘La zíngara y los monstruos’ (1943). Fue el origen de las ensaladas de monstruos del estudio, un lento y progresivo descenso de calidad que culminó en la autoparódica ‘Abbott y Costello contra los fantasmas’ (1948). Los cómicos le clavaron una estaca en el corazón al legado de sombras de la Universal, pero de paso acuñaron la posmodernidad en el cine.












































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